martes, 11 de octubre de 2011

Rincones de mi memoria (Jueves Santo I)



Al igual que cuando eres niño la cerveza te resulta amarga, el Jueves Santo era para mi un día sin demasiado interés entre las dos grandes procesiones de Murcia (Coloraos y Salzillos). Pero ahora me encanta la cerveza y aun más el Jueves Santo.
Durante algunos años he ido a Totana por la mañana para disfrutar de los traslados a la Iglesia de Santiago. Es un momento con un gran sabor, tanto como las cervezas del multitudinario aperitivo que se lía en las inmediaciones de la parroquia. Que ambientazo, una gran fiesta para los sentidos, para todos los sentidos. Si a todo esto le sumas la buena compañía de mi familia de Totana, tienes un cocktail imposible de mejorar.

eso si, lo difícil es volver a Murcia, no solo por la agradable procesión de la tarde-noche, por sus nazarenos de túnica negra, por sus empanadillas en la sená que comparten con todo el mundo, sino por la tajá que llevas encima después de todo el día de cervezas. En fin, que de las veces que he ido, en ocasiones me he quedado hasta tarde allí y en otras he cortado a tiempo para poder visitar los pasos en la Iglesia de Jesús. Pero este es otro capítulo de mi memoria, un capítulo que merece atención preferente y por tanto le reservo una entrada monográfica que más adelante publicaré.

lunes, 10 de octubre de 2011

Rincones de mi memoria (Miércoles Santo II)

    Puente de Los Peligros

La procesión del Miércoles Santo es la procesión de mi barrio, aunque quizás sería mas acertado decir que es mi barrio de procedencia. Mi familia ha vivido en él al menos desde el siglo XIX, mis padres se casaron en la iglesia del Carmen y también yo fui bautizado allí, pero lo cierto es que tan solo viví en el durante los primeros meses de mi vida. Después he sido condominero, aunque me siento más del barrio del Carmen que de otro lugar.
Al abrir el cuaderno de mis recuerdos de la Archicofradía de la Sangre, el más antiguo que conservo no es mío, sino heredado de mi padre. Él me contaba que siendo un niño, en los días anteriores al Miércoles Santo, se colaba en la iglesia para empaparse de todos los preparativos de la procesión. Cruces, círios y estandartes que salían un año más de los almacenes, tronos que pasaban a ocupar las náves del templo, limpieza de tulipas y plata... aunque la verdadera imagen que tengo formada en mi mente es la de mi padre con 9 o 10 años colgado de las varas de los tronos o poniéndose de puntillas para rozar con su hombro la tarima de algún paso. Siguiendo con los recuerdos heredados ahora puedo vislumbrar a mi padre sentado en la acera de la Alameda de Colón, con pantalones cortos, calcetines a media pantorrilla y espinilla marcada por bonitos moratones, se encuentra alargando la mano y esperando algún caramelo de los nazarenos coloraos. Solo recibe uno, eran otros tiempos, es una pastilla, una de esas clásicas con su poemita escrito en el envoltorio. El preciado don se lo ha dado un familiar, ¿Se trataba de su tía Fuensanta Alpañez? siento no recordarlo bien, tendré que preguntarlo.
Ahora soy yo el que está en la Alameda de Colón, tengo unos 11 o 12 años, ocupo una silla, una de aquellas de primera fila que mi tío Antonio había peleado. Estoy justo en frente de los cines Floridablanca, en la acera del jardín. A las siete se inicia la procesión y comienza a pasar el pelotón de los niños, luego cerca de 3000 nazarenos pasarán frente a mi con sus buches cargados de caramelos, monas, huevos y algún haba, después de pasar La Dolorosa y tras ellos los militares de la Calle Cartagena, ni un solo caramelo tengo en mi bolsa. He aprendido la lección, ya no soy un niño, pero joer, que en la procesión más dadivosa de Murcia ni un solo caramelo. Hay cosas que no se olvidan.
Hace 15 o 20 años la procesión del Cristo de la Sangre llegó a convertirse en la procesión que menos me gustaba, (no se si experiencias traumáticas como la anteriormente relatada pueden influir en este juicio). Desorganización, ramalazos de chabacanería, masificación de público, escaso cuidado de los detalles y algunas razones más, me hacían quedar disgustado cuando terminaba el cortejo. Eso si, por si no tenía bastante, la procesión la veía al salir y la esperaba para verla recogerse. Es decir casi seis horas seguidas de procesión continua. Pero de un tiempo a esta parte, posíblemente desde el cambio de presidencia en la Archicofradía, las cosas han mejorado de tal modo que ahora publico a los cuatro vientos que es la procesión que más disfruto. A eso de las 8 de la tarde me gusta salir a pasear por Murcia oteando fugazmente por los rincones el discurrir de la procesión. Una cervecita en la caseta del tontódromo, un bocadillito de roquefort en la calle de las Mulas, un pastel de carne en el Zaher, y a las 22:30 clavados en lo alto del Puente de los Peligros, para recibir en el cancel de su barrio a la procesión de la Sangre. Sin lugar a dudas es un lugar emblemático, quizá mi rincón favorito de todos los que elijo para ver procesiones. Durante las dos horas y media que tarda en pasar el cortejo me siento profundamente feliz y emocionado. No soy un simple espectador, tengo la sensación de estar perpetuando la historia, mi propia historia y la de mi familia. Estoy recogiendo el testigo de mis antepasados carmelitanos, de mis abuelos, de mi tío Antonio, de mi padre. Solo soy un eslabón más de esta maravillosa cadena, pero cuando contemplo año tras año el discurrir de la procesión en lo alto del Puente Viejo junto a mi padre, mi mujer, mi hermana, mi cuñao, mis primas, mis sobrinos, y, a partir de esta Semana Santa, junto a mi hijo, tomo conciencia que Murcia, el Barrio del Carmen, Los Coloraos y mi familia se reunen cada Miércoles Santo a los pies de la Virgen de los Peligros para recordar a los que ya no están, para mantener viva la llama y hacer entrega del legado a los que vienen y han de venir.

jueves, 14 de abril de 2011

Rincones de mi memoria (Miércoles Santo)

 Convento de Las Agustinas

Al pensar en Miércoles Santo se agolpan tantos recuerdos que no se como seguir un discurso lógico. Quizás lo mejor es que trate de contar una jornada de miércoles desde por la mañana hasta la madrugá, eligiendo recuerdos de diferentes épocas de mi vida. Vamos a ver que tal sale.
El Miércoles Santo que es tan colorao, comienza a las 12 de la mañana en las Agustinas. Ya hace muchos años, seguro que más de 25, mi tío Antonio me llevó al convento de las Agustinas, me habló de un traslado, pero cuando llegué allí lo que vi fue mucho más que un traslado. Los estantes iban con su túnica morada de nazareno y abriendo el cortejo sonaba la burla con su inconfundible porrón-chinchin. Sin lugar a dudas desde ese momento me di cuenta que allí estaba pasando algo especial. Pasaron muchos años hasta que volví a uno de estos traslados, quizás 20, no se exactamente, pero fui con mi padre y recuerdo perfectamente que era una mañana azul y cálida. La sensación en la calle era festiva, exultante, luminosa y fue fácil contagiarse del sentir general. En fin, que fue un fantástico preludio para un Miércoles Santo.
Hace dos años pedí el día libre en el trabajo, y mi mujer y yo llevamos a mi sobrina, que en aquel momento tenía cinco años, al traslado. Tengo que decir que yo me encontraba muy emocionado, porque de alguna manera sentía que estaba repitiendo con mi sobrina lo que mi tío hizo conmigo 25 años atrás. Vimos pasar a Nuestro Padre Jesús y tras sus pasos entramos en su iglesia privativa. Allí dentro no dejaron de sonar los tambores de la burla y lo cierto es que me costó un enorme esfuerzo que la emoción no me traicionara. Hay momentos en que te sientes partícipe de la historia, aunque quizás se trata más de una toma de conciencia en la que te das cuenta que, gracias al esfuerzo de tantas generaciones, la historia cristaliza y se fosiliza. Para un historiador, como es mi caso, estos fósiles vivientes son como la piedra Rosetta para los egiptólogos.
Si seguimos avanzando las manecillas del reloj del Miércoles Santo lo lógico sería continuar por el aperitivo después del traslado, pero permitidme que me retrotraiga en el tiempo, cuando todavía no tenía edad para que me sirvieran cerveza en los bares. Mi tío Antonio, que como se habrán dado cuenta es casi como mi padre, bien temprano, mucho antes de que pusieran las calles y las sillas de la procesión, en el lado derecho de la Alameda de Colón, marcaba con cinta adhesiva un tramo para poder reservar los asientos de la primera fila. A eso de las dos y media o las tres de la tarde, los silleros colocaban las sillas y allí había que estar para pelear el sitio reservado. A mi me encantaba ir y pasarme la tarde guardando el preciado tesoro que habíamos conseguido. Cuatro horas que se me pasaban en un suspiro, gente para arriba, gente para abajo, algún nazareno que iba llegando, la visita preceptiva a los pasos, más gente, carros de chucherías, más nazarenos que iban tintando de rojo las inmediaciones de la Iglesia del Carmen, de nuevo a hacer turno en las sillas, caminar hasta el puente viejo, otra vez de visita a la iglesia... Ya se escuchan los tambores, ya se está formando la algarabía del pelotón de los niños, ya dan las siete en el reloj de la torre, ya comienza la procesión.
CONTINUARÁ

Rincones de mi memoria (Martes Santo)

                                Antiguo edificio de Correos

Para el Martes Santo, más que un rincón tengo una esquina. Me refiero a que cuando busco un lugar en mis recuerdos relacionado con la jornada del martes, indefectiblemente el que me viene a la cabeza es la esquina del antiguo edificio de Correos, la formada por la calle Cánovas del Castillo con Pintor Villacis. Y es que durante toda mi infancia ibamos a recoger a mi tío Antonio y a mi padre, que trabajaban en Correos, y salíamos a ver la procesión justo donde los cortejos de San Juan de Diós y San Juan Bautista se unían para formar una única procesión. Al echar la vista atrás tomo conciencia que el público que asistíamos en este punto era diferente al de otras procesiones, para empezar más mayor. En mi cabeza tengo una nebulosa de mujeres añosas, muchas de ellas de pelo cano y con peinado permanentado voluminósamente esculpido. También tengo en el recuerdo la pregunta de mi madre diciéndome ¿Pero tu quieres ver esta procesión? si no dan caramelos. Quizás mi madre en aquella época todavía no se había dado cuenta que mi padre al poner su semillita en ella, había inyectado el veneno de la Semana Santa, y la criatura que ella estaba engendrando en su vientre se convertiría en un monstruo devoraprocesiones.
Hay algunas cosas más flotando en mi líquido de los recuerdos, como aquellos nazarenos de trompetas largas y sonido extridente, que para poder tocarlas se levantaban una especie de lengüeta que arrancaba desde la altura de la nariz y que servía para tapar el agujero que había en el capuz a la altura de la boca. Era ridículo y a mi me recordaba a la nariz de Gonso, el de los teleñecos. El caso es que no se si actualmente siguen utilizando este capuz, esta Semana Santa me fijaré en el detalle.

martes, 12 de abril de 2011

Rincones de mi memoria (Lunes Santo)

Después de tres jornadas de procesiones, cuando llega el Lunes Santo se respira en el aire aroma de algo grande, y es que la procesión del Cristo del Perdón tiene un poso y una solera que no tienen las procesiones precedentes. No pretendo menospreciar a las otras, nada más lejos de mi intención, pero es que hay cosas que se tienen o no se tienen y lo auténtico tiene el valor de lo no impostado, de lo que mana por naturaleza. Así cuando junto a mi familia y mi gente espero la procesión en la Plaza de San Pedro, apoyada la espalda en el abrevadero del Rhin, y asoma la cabeza de la procesión por la Plaza de las Flores, entro en un éxtasis que no termina hasta que cierran las puertas de San Antolín tras la entrada del Cristo del Perdón. Lo cierto es que aunque el cortejo me gusta de cabo a rabo, hay dos momentos que me emocionan especialmente. Uno es cuando el enorme barco de Jesús ante Caifás emboca la calle San Pedro y sus puntas de varas se intrucen hasta el mismísimo Rhin. Me encanta ver a sus estantes inclinados, contrarestando los de la derecha a los de la izquierda, sacando los pies hacia adelante y hacia fuera, en un alarde de fuerza y sobre todo de murcianía. ¿Se puede pedir más? Pues la verdad es que no, pero aún queda el otro gran momento, aún más hermoso, aún más sublime, el gran paso del Cristo del Perdón repitiendo la misma maniobra que el Caifás, pero todavía más perfecta, todavía más a flor de piel. No hay trono en Murcia que ande mejor que el Cristo del Perdón, también quizás porque no hay trono en Murcia más rotundo, más definitivo. El conjunto de imágenes es maravilloso, el rosal en la cruz un delirio, la peana una joya de Carrión Valverde, las bombas de luz insustituibles, y ese Señor del Malecón que desde su enorme envergadura todo lo puede.

                                      Calle San Pedro desde el Rhin

Luego llega la hermandad la Soledad con sus nazarenas de raso negro. Siendo un niño consideraba que estas nazarenas tenían bajo su túnica el caramelo más preciado de toda la Semana Santa, y aunque, cuando ellas llegaban, mi bolsa de caramelos estaba rebosante, deseaba que una de ellas me concediera el privilegio de darme un caramelo, pero si además era una de esas lágrimas dulces envueltas en aquellos minúsculos papeles de colores la alegría era completa.
Al llegar el paso de la Soledad la procesión ha terminado, pero yo me voy junto a ella, acompañándola por la calle del Pilar, hasta alcanzar la plaza de San Antolín. Allí está esperando el Cristo del Perdón, y junto a Él una multitud de nazarenos y gente que no se marcharán hasta que sus sagrados titulares se alojen en su templo. A eso de la 1.30 de la madrugada todo ha terminado. Solo quedan 365 días para que, junto a mi gente, vuelva a esperar a la Cofradía del Perdón apoyado en el abrevadero del Rhin.

Rincones de mi memoria (Domingo de Ramos)

En la jornada del Domingo de Ramos siempre me ha costado trabajo encontrar un sitio donde contemplar idoneamente la procesión de San Pedro. Hace ya muchos años, en torno a quince, recuerdo que la procesión pasó por la calle de los Apóstoles. En esa ocasión la disfruté enórmemente al tener como fondo de mi contemplación la capilla de los Junterones y la puerta de los Apóstoles. Por desgracia, al año siguiente, modificaron el recorrido por lo que hubo que buscar otro lugar. Después de aquello, durante unos cuantos años, la Cofradía de la Esperanza hacía su recorrido a la inversa de como lo hace ahora, es decir que salía en dirección a la plaza de las Flores y regresaba por la calle Jara Carrillo. Así que durante este tiempo mi lugar para ver la procesión era precísamente en la esquina entre la Gran Vía de Salzillo y Jara Carrillo. La elección venía motivada por que a la hora que pasaba por aquí había menos gente que en otros puntos del recorrido, pero lo cierto es que siempre me ha parecido una calle desangelada, sin gracia ninguna.
Hace no más de cinco años, o eso creo, la cofradía decidió cambiar el sentido de la procesión, siendo los últimos puntos del recorrido San Bartolomé, plaza de Santa Catalina, plaza de las Flores, calle Jiménez Baeza y Plaza de San Pedro. Al conocer el nuevo recorrido fue como si se me abrieran las puertas del cielo, la calle Jiménez Baeza es un lugar que me encanta para ver una procesión, tan estrecha, tan diferente y con un aliciente especialmente sabroso, disfrutar la procesión con una cerveza en una mano y con un pastelico del Zaher en la otra. ¿Cómo se me habrá ocurrido hablar de esto cuando son las 3 de la tarde y todavía no he comido?

miércoles, 6 de abril de 2011

Rincones de mi memoria (Sábado de Pasión)


    Convento de las Anas

El Sábado de Pasión, pese a ser un día que hace unos años ni siquiera contaba con procesiones, se ha convertido en una de las jornadas que más disfruto. De alguna modo se puede vivir a la manera de como se hace en Andalucía. Me refiero a que aquí en Murcia te situas en un punto del recorrido y dejas que la procesión pase ante ti, pero en Andalucía hay que ir a buscar las distintas procesiones a puntos diferentes de la ciudad. Es por ello que el Sábado de Pasión, al contar con dos procesiones y un traslado múltiple que se realiza desde 3 iglesias diferentes, da mucho gusto pasear la tarde entre aromas de azahar e incienso y sonidos de bandas de música y agrupaciones de cornetas y tambores. Todos los años nos dedicamos primero a ver los traslados, después a contemplar la procesión del Cristo de la Fe junto al convento de Las Anas, y a eso de las 22:30 un grupo numeroso de familiares y amigos ocupamos las escalinatas de la puerta lateral de la iglesia de San Pedro para disfrutar de la Cofradía  de la Caridad. A estas horas y en este punto somos muy pocas las personas que presenciamos la procesión, por lo que resulta maravilloso sentir tan cerca y sin molestias el paso de las imágenes y los nazarenos. El problema es que en este momento me siento tan a gusto que cuando me voy a dar cuenta  las máquinas que limpian la suciedad tras la procesión me despiertan de mi sueño.


    Escaleras de la puerta lateral de la Iglesia de San Pedro

Rincones de mi memoria (Viernes de Dolores)

Llevo varios días con una idea que me ronda la cabeza, escribir sobre aquel lugar en el que me gusta ver cada procesión. Al mismo tiempo quiero hacer fotos de esos lugares durante la cuaresma. Mi intención es fotografíar aquellos rincones que me hablan de la Semana Santa a través de la memoria y la ausencia. De momento comienzo con la parte escrita y a ver si más adelante termino el proyecto con la parte gráfica.

Viernes de Dolores:
Hace muchos años, después de ver la procesión del Amparo en Murcia, mi tío Antonio me propuso que fueramos a Los Dolores, ya que se había enterado que en aquella pedanía murciana había una procesión. Para allá nos fuimos en un peugeot 205 plateado que él tenía en aquel momento. En mi memoria se guarda, pese a que yo tendría tan solo 10 años, que la procesión la vimos ya de vuelta, en la Calle Mayor, a unos doscientos metros de la iglesia parroquial. Todavía recuerdo grátamente la sorpresa que me supuso una procesión que por aquel momento incluso contaba con más pasos que la procesión de la capital. Desde aquel día muy pocos han sido los años que me he perdido el desfile de Los Dolores.
Mi relación con esta pedanía ha ido en aumento, sobre todo desde que mi hermana se fue a vivir allí hace 12 o 14 años. Así que todas las Semanas Santas muchos miembros de mi familia y algunos amigos nos reunimos para ver la procesión en la puerta del Bar el Pirri. A las 21:00 horas sale de la iglesia, cinco minutos después ya está la cabeza de la procesión frente a nosotros. Para mi es de una gran emoción escuchar los primeros tambores, ver los primeros capirotes, tomar conciencia de que un año más estamos aquí, de que un año más estamos vivos. El cortejo cuenta con cinco pasos, y en unos 35-40 minutos ya ha pasado.
Es el momento de recoger, de salir corriendo, de montarnos en el coche y por la orilla de la vía dirigirnos a la Iglesia de San Nicolás. A estas alturas el numeroso grupo que éramos en Los Dolores queda reducido a menos de 5. Yo siempre estoy, y mi sobrino Jorge también, los demás van cambiando según los años, mi padre, mi mujer, mi cuñao, mi amigo Javi y su mujer... Llegamos a la carrera, justo antes de que la procesión comience a entrar en San Nicolás. Nos gusta ver la procesión prácticamente bajo la torre de la iglesia, en la curva en la que se une la Plaza Mayor con la Calle San Nicolás. Lo cierto es que todos los años, cuando se cierra la procesión termino cabreado con esta cofradía. Es una pena que no cuiden los detalles, que por pequeñas cosas no encuentren (o quizás no encuentro) la magia necesaria que hace de una procesión algo único. Pero aún hay algo peor que ésto, y es que ya queda un día menos para que se acabe la Semana Santa.

                                        Calle San Nicolás

martes, 15 de marzo de 2011

Declaración de Interés Turístico Internacional


De un tiempo a esta parte la Murcia Nazarena está a vueltas con que la Semana Santa murciana sea declarada de Interés Turístico Internacional. Se ha abierto el debate de si nos lo merecemos o no, de si otras Semanas Santas que cuentan con dicho reconocimiento han hecho suficientes méritos para haberlo logrado, o si las manifestaciones pasionarias de una localidad son mejores que las de otra. Estoy convencido de que son discusiones valdías que no llevan a ninguna parte. Después de muchos años recorriendo ciudades y pueblos de la geografía murciana y española, no soy capaz de elegir cual es la mejor Semana Santa. Más aun, ni siquiera me planteo la necesidad de comparar unas con otras. Lo verdaderamente importante es como en cada lugar se muestra la idiosincracia y la personalidad de sus gentes en sus manifestaciones populares. En la diferencia está la riqueza y, sinceramente, no me pidan que elija entre la Madrugá de Sevilla, el Jueves Santo de Valladolid o la mañana del Viernes Santo en Murcia, no puedo ni quiero decantarme por ninguna, pues en todas he sentido cosas tan maravillosas y diferentes que cualquier comparación es absurda. ¿Cómo decidir si es mejor escuchar a la Banda de las Cigarreras de Sevilla, a la Burla de Murcia, a los tambores de Moratalla, o a la Legión cantándole al Cristo de la Buena Muerte de Málaga? Pues no, definitivamente no, me niego a poner una manifestación por encima de la otra, es de cortos de mira (por no decir otra cosa) afirmar que lo de uno es lo mejor y que todo lo demás no vale nada.
Para ilustrar mis comentarios me gustaría compartir un documental de TVE de 1968 en el que se muestran diversas tradiciones de la Semana Santa española. Tengo que decir que me ha emocionado ver las manifestaciones murcianas, pero que de igual manera me he sentido conmovido por la multitud de formas en la que los pueblos y sus gentes muestran su religiosidad, costumbres y ritos.

lunes, 14 de marzo de 2011

Ya estamos en Cuaresma


Que largo se está haciendo este trimestre, no hay manera que llegue la tan ansiada Semana Santa. Pero ya estamos en Cuaresma, ahora nos encontramos a tan solo un mes de que los tambores resuenen por las calles y plazas de Murcia. Pero los tambores llevan resonando en mi cabeza desde que se acabó la Semana Santa de 2010, así que se me hace tan largo tener que esperar más de un año para volver a vivir las procesiones.
Hace unos años me impuse no leer, escuchar, ni mirar nada de Semana Santa hasta que no llegara el Miércoles de Ceniza. Durante algún tiempo lo cumplí, pero últimamente no lo consigo y la verdad es que no se si me da remordimiento de conciencia. Me refiero a que me paso todo el año pensando en estos diez días de primavera y dudo que sea bueno, ya que vivir la semana de Pasión no llega a la altura de revivir la semana de Pasión. Son tantas las espectativas puestas que al final sientes una pequeña decepción cuando se acaban las procesiones. Nunca terminas colmado, nunca quedas completamente satisfecho y tienes que esperar todo un año para buscar ese momento, ese pellizco que con el paso de los meses magnificarás hasta convertirlo en sublime.
Yo no se que tiene este veneno que me lleva a autoproclamarme adicto. Estoy enganchado, soy obsesivo, necesito ser rozado por ese instante. No es más que un segundo en el que música, arte, tradición, memoria, patrimonio y sentimiento se alinean con mi alma, nada más que un suspiro que me deja lleno y vacío al mismo tiempo. Se trata del encuentro conmigo mismo, con mi identidad, con mi ciudad, con los míos y con mis antepasados. ¿Se puede pedir más?