Convento de Las Agustinas
Al pensar en Miércoles Santo se agolpan tantos recuerdos que no se como seguir un discurso lógico. Quizás lo mejor es que trate de contar una jornada de miércoles desde por la mañana hasta la madrugá, eligiendo recuerdos de diferentes épocas de mi vida. Vamos a ver que tal sale.
El Miércoles Santo que es tan colorao, comienza a las 12 de la mañana en las Agustinas. Ya hace muchos años, seguro que más de 25, mi tío Antonio me llevó al convento de las Agustinas, me habló de un traslado, pero cuando llegué allí lo que vi fue mucho más que un traslado. Los estantes iban con su túnica morada de nazareno y abriendo el cortejo sonaba la burla con su inconfundible porrón-chinchin. Sin lugar a dudas desde ese momento me di cuenta que allí estaba pasando algo especial. Pasaron muchos años hasta que volví a uno de estos traslados, quizás 20, no se exactamente, pero fui con mi padre y recuerdo perfectamente que era una mañana azul y cálida. La sensación en la calle era festiva, exultante, luminosa y fue fácil contagiarse del sentir general. En fin, que fue un fantástico preludio para un Miércoles Santo.
Hace dos años pedí el día libre en el trabajo, y mi mujer y yo llevamos a mi sobrina, que en aquel momento tenía cinco años, al traslado. Tengo que decir que yo me encontraba muy emocionado, porque de alguna manera sentía que estaba repitiendo con mi sobrina lo que mi tío hizo conmigo 25 años atrás. Vimos pasar a Nuestro Padre Jesús y tras sus pasos entramos en su iglesia privativa. Allí dentro no dejaron de sonar los tambores de la burla y lo cierto es que me costó un enorme esfuerzo que la emoción no me traicionara. Hay momentos en que te sientes partícipe de la historia, aunque quizás se trata más de una toma de conciencia en la que te das cuenta que, gracias al esfuerzo de tantas generaciones, la historia cristaliza y se fosiliza. Para un historiador, como es mi caso, estos fósiles vivientes son como la piedra Rosetta para los egiptólogos.
Si seguimos avanzando las manecillas del reloj del Miércoles Santo lo lógico sería continuar por el aperitivo después del traslado, pero permitidme que me retrotraiga en el tiempo, cuando todavía no tenía edad para que me sirvieran cerveza en los bares. Mi tío Antonio, que como se habrán dado cuenta es casi como mi padre, bien temprano, mucho antes de que pusieran las calles y las sillas de la procesión, en el lado derecho de la Alameda de Colón, marcaba con cinta adhesiva un tramo para poder reservar los asientos de la primera fila. A eso de las dos y media o las tres de la tarde, los silleros colocaban las sillas y allí había que estar para pelear el sitio reservado. A mi me encantaba ir y pasarme la tarde guardando el preciado tesoro que habíamos conseguido. Cuatro horas que se me pasaban en un suspiro, gente para arriba, gente para abajo, algún nazareno que iba llegando, la visita preceptiva a los pasos, más gente, carros de chucherías, más nazarenos que iban tintando de rojo las inmediaciones de la Iglesia del Carmen, de nuevo a hacer turno en las sillas, caminar hasta el puente viejo, otra vez de visita a la iglesia... Ya se escuchan los tambores, ya se está formando la algarabía del pelotón de los niños, ya dan las siete en el reloj de la torre, ya comienza la procesión.
CONTINUARÁ
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