miércoles, 22 de marzo de 2017

CUANDO CUARENTA DÍAS SON UNA ETERNIDAD



Casi sin esperarla nos sorprende la Cuaresma. Cuando aún nos estamos desperezando de un invierno que se despide a ritmo de pasodobles y cuplés chirigoteros, la cruz de ceniza nos marca la frente. El calendario toca a arrebato ¡Ya está aquí la semana más deseada! Pero no es más que un espejismo de torrijas, viacrucis, presentaciones de estrenos patrimoniales y revistas cofrades. Aún queda descontar los días de marzo en una interminable letanía de ilusiones y expectativas. 

Hoy, 21 de marzo de 2017, hemos llegado al ecuador de la Cuaresma y, en verdad, tengo la sensación de haber caminado una eternidad para llegar hasta aquí. Miro hacia adelante y, paradójicamente, siento que la Semana Santa cada vez está más lejos. Me marco objetivos, señalo fechas en el calendario, pero mi vertiginosa impaciencia se adelanta siempre al pesado movimiento del péndulo. Tomo consciencia de que, en estas fechas, me resulta imposible adecuar mi ansia al discurrir natural del tiempo y esta descoordinación me sume en el desasosiego. 

No hay nada que hacer, es una batalla perdida. A veces me consuelo autoconvenciéndome de que acudir a los viacrucis matutinos es la receta perfecta para disponer el alma a cuanto ha de llegar, que escuchar todos los programas radiofónicos posibles es el modo adecuado de preparar el espíritu, que estar al tanto de todo lo que se publica sobre cofradías en Internet y en las redes sociales me salvará de esta inquietud, pero todo es en vano, porque cuanto más busco más se me revela lo que no alcanzo.

Y pese a todo, hay algo que aún me angustia más: la sensación, casi la certidumbre, de que, debido a que mi ilusión es tan desmedida, ninguna Semana Santa venidera podrá colmar mis expectativas. Así que sobre mi ánimo se cierne una sombra, como un hado, como un mal augurio, que no me deja disfrutar plenamente de la Cuaresma. Llegará el Viernes de Dolores y mi ansia correrá tras todas las procesiones que durante diez días pueda ver, pero por más que corra, por más que me esfuerce, la Semana Santa siempre correrá más que yo y cuando me vaya a dar cuenta, sólo me quedará descontar los días que faltan para la próxima Semana Santa.

¡Ay, que mi destino es un bucle en el que renovaré este ciclo hasta el día que me muera!  
¡Ay, que vagaré eternamente buscando lo que ya fue, lo que es y lo que seguirá siendo! Y en realidad siempre y nunca lo encontré, lo encuentro y lo encontraré.

No hay nada que hacer, es una batalla perdida...

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