Casi sin esperarla nos sorprende la Cuaresma. Cuando aún nos
estamos desperezando de un invierno que se despide a ritmo de pasodobles y
cuplés chirigoteros, la cruz de ceniza nos marca la frente. El calendario toca
a arrebato ¡Ya está aquí la semana más deseada! Pero no es más que un espejismo
de torrijas, viacrucis, presentaciones de estrenos patrimoniales y revistas
cofrades. Aún queda descontar los días de marzo en una interminable letanía de ilusiones y expectativas.
Hoy, 21 de marzo de 2017, hemos llegado al ecuador de la
Cuaresma y, en verdad, tengo la sensación de haber caminado una eternidad para
llegar hasta aquí. Miro hacia adelante y, paradójicamente, siento que la Semana
Santa cada vez está más lejos. Me marco objetivos, señalo fechas en el
calendario, pero mi vertiginosa impaciencia se adelanta siempre al pesado
movimiento del péndulo. Tomo consciencia de que, en estas fechas, me resulta imposible adecuar mi ansia al discurrir
natural del tiempo y esta descoordinación me sume en el desasosiego.
No hay nada que hacer, es una batalla perdida. A veces me
consuelo autoconvenciéndome de que acudir a los viacrucis matutinos es la
receta perfecta para disponer el alma a cuanto ha de llegar, que escuchar todos
los programas radiofónicos posibles es el modo adecuado de preparar el
espíritu, que estar al tanto de todo lo que se publica sobre cofradías en
Internet y en las redes sociales me salvará de esta inquietud, pero todo es en
vano, porque cuanto más busco más se me revela lo que no alcanzo.
Y pese a todo, hay algo que aún me angustia más: la
sensación, casi la certidumbre, de que, debido a que mi ilusión es tan desmedida,
ninguna Semana Santa venidera podrá colmar mis expectativas. Así que sobre mi ánimo
se cierne una sombra, como un hado, como un mal augurio, que no me deja
disfrutar plenamente de la Cuaresma. Llegará el Viernes de Dolores y mi ansia
correrá tras todas las procesiones que durante diez días pueda ver, pero por
más que corra, por más que me esfuerce, la Semana Santa siempre correrá más que
yo y cuando me vaya a dar cuenta, sólo me quedará descontar los días que faltan
para la próxima Semana Santa.
¡Ay, que mi destino es
un bucle en el que renovaré este ciclo hasta el día que me muera!
¡Ay, que vagaré eternamente buscando lo que ya fue, lo que es
y lo que seguirá siendo! Y en realidad siempre y nunca lo encontré, lo
encuentro y lo encontraré.
No hay nada que hacer, es una batalla perdida...
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