miércoles, 10 de octubre de 2012

Archicofradía del Rosario

Cuando llega octubre comienza el mes del rosario, y con él los actos en torno a la Virgen del Rosario: despierta huertana, función principal, procesión claustral, etc. Pero, para mi, el gran momento se produce en la mañana del día que sacamos a la Virgen en procesión por las calles de Murcia. Se trata siempre del sábado inmediatamente posterior al 7 de octubre. Esa mañana nos juntamos los estantes en la Iglesia de las Anas para preparar la procesión del la tarde. Engalanamos la plaza de Santa Ana, sacamos el paso del tránsito del convento al crucero de la iglesia, colocamos las varas, atamos las almohadillas... en principio nada extraordinario, o quizás si. Durante esa mañana el ambiente es especial, todos aportamos nuestro granito de arena con alegría e ilusión, todos remamos en la misma dirección, sumando, aunando esfuerzos. Me encanta entrar a la iglesia, en semipenumbra, contemplar con detenimiento la construcción, ensimismarme con el retablo mayor y quedarme absorto con la Virgen del Rosario en su trono-baldaquino. Pero lo que de verdad me llena es ese silencio festivo que se respira  en el interior del templo. Es el instante que me regalo para mi, ese que colecciono en el relicario de los recuerdos que acarician el alma.
Y después de esto el día sigue fluyendo: el Ángelus, la pólvora, los bocadillos, las cervezas, pa casa a incrustarse el traje, la misa, y a situarse junto al paso para que comience la procesión.

Ya estamos cada estante en su sitio, los cabos de andas llaman con un golpe seco, comienza a sonar en las naves de la iglesia "Caridad del Guadalquivir". Al pasar la cancela de la iglesia, se que ha terminado mi procesión y que comienza la procesión pública.


miércoles, 14 de marzo de 2012

Rincones de mi memoria (Viernes Santo I)

             Iglesia de Jesús desde la Plaza de San Agustín

Durante mi infancia solo había dos días en el año que los nervios me hacían despertarme antes de que asomara el alba. Uno era el día de Reyes, el otro el Viernes Santo. Recuerdo el fresquito mañanero cuando mi padre, mi hermana y yo salíamos de casa, recuerdo que conforme nos acercábamos a Jesús iba aumentando el número de estantes y penitentes que se dirigían a la iglesia, recuerdo que cuando llegábamos al lugar en la que todos los años veíamos (y seguimos viéndo) la procesión, allí nos encontrábamos con mi tío Antonio y con unos amigos de mi padre de la infancia, que todos los Viernes Santos (o casi todos) volvían de Madrid a su Murcia para disfrutar de sus tradiciones, pero sobre todo de su familia y de sus amigos. Podría contar tantas y tantas cosas de los nazarenos, de los pasos, de la música, de anécdotas que allí sucedieron, podría pasarme horas en este empeño y no acercarme ni por un instante a la verdadera esencia de lo que allí he vivido. Es absurdo que lo intente porque hay algo transcendente, algo que está en el aire y se siente pero que soy incapaz de asir.
Llegado a este punto dejenme que cambie el guión de mi discurso y me centre en los años que estoy residiendo en La Ñora. Desde que me fuí a vivir allí mi Viernes Santo se levanta con algunas diferencias. Dejo a mi mujer acostada (ella disfruta más con la cama que con la procesión) y yo cojo mi coche y serpenteo por los carriles de la huerta en los estertores de la noche. Aparco en el descampado que hay justo antes del puente que cruza la autovía, a la altura de la estación de autobuses, y me encamino lento, casi eterno, hacia la plaza de san Agustín, al lugar donde todos los años de mi vida he visto y veré la procesión de los salzillos. Para llegar allí tomo por la calle del doctor Jesús Quesada. Ésta es la calle adyacente a la iglesia de Jesús y en la que se organizan los penitentes de cada hermandad. Me encanta deambular por allí minutos antes de que den las 6 de la mañana hora solar. El morado de las túnicas lo inunda todo y la claridad del día se va asomando tímidamente entre senás, capirotes, cruces, puntillas y pies descalzos.
Y otro año más se ha producido el milagro, todo está preparado para que comience la mañana más luminosa de Murcia, para que se den cita con puntualidad matemática la historia, la música,el arte y la tradición.
Pero en verdad lo que me emociona hasta calarme el alma no es la procesión en si, sino que mi familia, los que están y los que no están, volvemos a reunirnos en el mismo sitio, el mismo día, a la misma hora. Llego y pienso: ya estoy/estamos aquí. Y en ese momento me reafirmo en mis valores y mis convicciones, es el instante en el que tomo conciencia de que mi reloj vital sigue haciendo tic tac.

lunes, 12 de marzo de 2012

Rincones de mi memoria (Jueves Santo III)

               C/ Puxmarina

Iglesia, bar, iglesia, bar, iglesia, bar-bar, iglesia, bar-bar-bar, iglesia, bar-bar, procesión, bar, procesión.
Solo con esta frase podría quedar resumida a la perfección mi tarde-noche del Jueves Santo. Para los no iniciados traduzco. Nuestra bendita tradición de Jueves Santo es la de visitar los monumentos al Santísimo que se montan en las iglesias. Pero nuestras estaciones tienen que ir acompañadas con la penitencia de los latigazos, que en este caso son latigazos de cerveza y alguno de vino. En definitiva, nos mortificamos para alcanzar la gloria. La primera iglesia la de Jesús, el primer bar el Tío Sentao. Posíblemente nos pasemos todo el año sin pisar esta taberna pero no hay Jueves Santo que fallemos a nuestra cita. Allí estamos como clavos mi padre y un servidor, y en los últimos años tampoco perdona mi cuñao Josito. A él lo de la Semana Santa le gusta a su manera, pero lo de la penitencia y los latigazos lo cumple escrupulosamente.
El recorrido continúa por San Nicolas, calle de las Mulas, San Pedro, Plaza de las Flores, Santa Catalina... y conforme va anocheciendo se van sumando más familiares y amigos al acto penitencial. A estas alturas el grupo lo conformamos en torno a una quincena de personas, aunque no se si porque somos tantos o por las cualidades multiplicadoras de la visión etílica.
Eso si, aun nos quedan fuerzas para acercarnos a la calle Correos y ver junto a la familia de Josito la Procesión de san Lorenzo. Al paso del Cristo del Refugio su madre canta una saeta que rompe el silencio de la noche. Cuando el tambor sordo cierra la procesión la voz de Alicia aún flota en el aire.

Después de ésto todo ha acabado, pero no era así hace unos años. La procesión de La Soledad, antiguamente del Retorno, salía de la Iglesia del Carmen a las 23:00 horas. Hago un inciso (En los 30 años que lleva esta procesión ha cambiado tantas veces de horario, recorrido, día e incluso imágenes, que resulta casi un imposible tener los recuerdos bien ordenados. Así que para esta narración me decanto por centrarme en el transcurrir de la procesión en el año 2006 por la calle Puxmarina. Ya no pasa por aquí, tampoco procesiona con este horario tan tardío y actualmente el paso que abre el cortejo se estrenó el año pasado). Quizás por todo ello he elegido como Rincón de mi memoria del Jueves Santo esta calle, por su exclusividad (creo que este año ninguna procesión pasará por ella) por su estrechez, por su sabor y porque se me quedó grabada la imagen de los nazarenos de negro del Carmen avanzando en soledad por este lugar. Hay momentos, a veces solo instantes, por los que merece esperar anhelante todo un año a que llegue la Semana Santa, uno de ellos fue éste.

lunes, 20 de febrero de 2012

Rincones de mi memoria (Jueves Santo II)


                Pavimento de la Plaza de San Agustín

La Plaza de San Agustín se arremolina en torno a dos corros. Los Auroros dejan en el viento su rumor de siglos. Y yo, un año más, junto a mi padre, mi tío, mi abuelo, mi bisabuelo, mi tatarabuelo, allí, escuchando los cantos ancestrales, sintiendo la vibración de sus voces en el fondo de mi ser. Estoy en el lugar en el que el transcurrir de la historia de Murcia y el de mi propia existencia se fosilizan y se dan la mano para acariciarme el alma, para recordarme que estoy vivo aunque todo parezca un profundo sueño.