Mi lugar en la procesión siempre ha sido de espectador, excepto dos años que salí el Viernes Santo por la mañana en la Hermandad de Promesas de la Cofradía de Jesús. Es cierto que disfrutaba, pero estaba deseando soltar la cruz para poder ir a ver lo que quedaba de procesión. Por suerte mi hermandad abría el cortejo y por tanto tan solo me perdía los dos primeros pasos. Pese a todo sentía un gran desasosiego por no tener el don de la ubicuidad. Así que cuando pasaba por delante del lugar donde estaba mi familia, me daba ganas de quitarme el capirote y quedarme junto a ellos.
Han pasado 15 años de aquello, pero hace unos meses no pude decir que no a la invitación del cabo de andas del Cristo de la Caridad, y lo cierto es que estoy con una ilusión que a veces me desvela. Hay días que me descubro colocando los pies como si estuviera cargando, momentos en los que mentalmente hago el recorrido de la procesión, me imagino dando la curva de la calle Santa Ana a la Plaza homónima... Siento el peso más de la responsabilidad que el físico, y no me refiero tan solo a la responsabilidad de hacerlo bien, sino la de mantener con dignidad el legado y el patrimonio inmaterial de mi ciudad.
De vez en cuando me asaltan las dudas, me vestiré correctamente de nazareno, aguantaré bien el recorrido, sabré atar la almohadilla... No debiera de preocuparme tanto ya que, a mi alrededor, empiezo a darme cuenta que hay un fantastico grupo de estantes, encabezados por Manolo Lara, dispuestos a ayudar en todo lo que haga falta. Yo de momento estoy con los ojos bien abiertos, dispuesto a aprender tanto como me sea posible, y así, el día de la procesión, sacar bien los pies pa lante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario