Puente de Los Peligros
La procesión del Miércoles Santo es la procesión de mi barrio, aunque quizás sería mas acertado decir que es mi barrio de procedencia. Mi familia ha vivido en él al menos desde el siglo XIX, mis padres se casaron en la iglesia del Carmen y también yo fui bautizado allí, pero lo cierto es que tan solo viví en el durante los primeros meses de mi vida. Después he sido condominero, aunque me siento más del barrio del Carmen que de otro lugar.
Al abrir el cuaderno de mis recuerdos de la Archicofradía de la Sangre, el más antiguo que conservo no es mío, sino heredado de mi padre. Él me contaba que siendo un niño, en los días anteriores al Miércoles Santo, se colaba en la iglesia para empaparse de todos los preparativos de la procesión. Cruces, círios y estandartes que salían un año más de los almacenes, tronos que pasaban a ocupar las náves del templo, limpieza de tulipas y plata... aunque la verdadera imagen que tengo formada en mi mente es la de mi padre con 9 o 10 años colgado de las varas de los tronos o poniéndose de puntillas para rozar con su hombro la tarima de algún paso. Siguiendo con los recuerdos heredados ahora puedo vislumbrar a mi padre sentado en la acera de la Alameda de Colón, con pantalones cortos, calcetines a media pantorrilla y espinilla marcada por bonitos moratones, se encuentra alargando la mano y esperando algún caramelo de los nazarenos coloraos. Solo recibe uno, eran otros tiempos, es una pastilla, una de esas clásicas con su poemita escrito en el envoltorio. El preciado don se lo ha dado un familiar, ¿Se trataba de su tía Fuensanta Alpañez? siento no recordarlo bien, tendré que preguntarlo.
Ahora soy yo el que está en la Alameda de Colón, tengo unos 11 o 12 años, ocupo una silla, una de aquellas de primera fila que mi tío Antonio había peleado. Estoy justo en frente de los cines Floridablanca, en la acera del jardín. A las siete se inicia la procesión y comienza a pasar el pelotón de los niños, luego cerca de 3000 nazarenos pasarán frente a mi con sus buches cargados de caramelos, monas, huevos y algún haba, después de pasar La Dolorosa y tras ellos los militares de la Calle Cartagena, ni un solo caramelo tengo en mi bolsa. He aprendido la lección, ya no soy un niño, pero joer, que en la procesión más dadivosa de Murcia ni un solo caramelo. Hay cosas que no se olvidan.
Hace 15 o 20 años la procesión del Cristo de la Sangre llegó a convertirse en la procesión que menos me gustaba, (no se si experiencias traumáticas como la anteriormente relatada pueden influir en este juicio). Desorganización, ramalazos de chabacanería, masificación de público, escaso cuidado de los detalles y algunas razones más, me hacían quedar disgustado cuando terminaba el cortejo. Eso si, por si no tenía bastante, la procesión la veía al salir y la esperaba para verla recogerse. Es decir casi seis horas seguidas de procesión continua. Pero de un tiempo a esta parte, posíblemente desde el cambio de presidencia en la Archicofradía, las cosas han mejorado de tal modo que ahora publico a los cuatro vientos que es la procesión que más disfruto. A eso de las 8 de la tarde me gusta salir a pasear por Murcia oteando fugazmente por los rincones el discurrir de la procesión. Una cervecita en la caseta del tontódromo, un bocadillito de roquefort en la calle de las Mulas, un pastel de carne en el Zaher, y a las 22:30 clavados en lo alto del Puente de los Peligros, para recibir en el cancel de su barrio a la procesión de la Sangre. Sin lugar a dudas es un lugar emblemático, quizá mi rincón favorito de todos los que elijo para ver procesiones. Durante las dos horas y media que tarda en pasar el cortejo me siento profundamente feliz y emocionado. No soy un simple espectador, tengo la sensación de estar perpetuando la historia, mi propia historia y la de mi familia. Estoy recogiendo el testigo de mis antepasados carmelitanos, de mis abuelos, de mi tío Antonio, de mi padre. Solo soy un eslabón más de esta maravillosa cadena, pero cuando contemplo año tras año el discurrir de la procesión en lo alto del Puente Viejo junto a mi padre, mi mujer, mi hermana, mi cuñao, mis primas, mis sobrinos, y, a partir de esta Semana Santa, junto a mi hijo, tomo conciencia que Murcia, el Barrio del Carmen, Los Coloraos y mi familia se reunen cada Miércoles Santo a los pies de la Virgen de los Peligros para recordar a los que ya no están, para mantener viva la llama y hacer entrega del legado a los que vienen y han de venir.