Pues si, vamos acelerando en busca de una Semana Santa que nos devuelva las
procesiones a la calle. Quizás está siendo una Cuaresma más rápida que otras
pasadas, quizás el recelo de que el Covid no nos deje disfrutar de una Semana
Santa plena como las de pre pandemia, me haga refrenar mi ilusión. El caso es
que después de dos años en que las cofradías han tenido que quedarse en los
templos, no me fío del todo ni de la situación ni, sobre todo, de mí. No sé si voy a
saber disfrutar del reencuentro como se merece, si voy a conseguir tener mi alma
bien equilibrada para la recepción adecuada de los estímulos, no sé si la ciudad
está preparada para lo que ha de venir. No sé si las autoridades nos mutilarán la
celebración en aras de una supuesta seguridad sanitaria. No nos engañemos, la
Semana Santa en Murcia sin caramelos, es menos Semana Santa.
Así que en estas estamos, deseando que lleguen las fechas y al mismo tiempo
dudando de lo que acontecerá. Es por ello que, por salud mental, lastro mis
expectativas para no llevarme luego demasiadas decepciones.
Será una Semana Santa especial, de eso no tengo dudas, pero no sé si colmará
mi espíritu. La espera está siendo muy larga, nunca fue tan larga. Así que no sé si
el bocado de esta Semana Santa servirá para saciar el hambre de dos años. A lo
que se suma que será la primera vez que, con nazarenos en las calles, no estará
mi padre.
Creo que he asimilado su muerte con serenidad y madurez pero no sé cómo voy
a reaccionar cuando no lo vea a mi lado viendo una procesión de Semana Santa.
Estará demasiado presente, para mí y para toda la familia, y quizás será un trago
amargo para todos. Cada día del año lo echamos de menos, pero en esta Semana
Santa su presencia se agigantará y el recuerdo será mayúsculo. Ojalá la emoción
no nos embote los sentidos, ojalá su memoria se convierta en un acicate para
disfrutar aún más de estos días.
Y mira que ansío los días que vendrán, pero no me fío…