lunes, 25 de marzo de 2019



Un año más, y sin remisión, la primavera y la Pasión se dan la mano por las esquinas de la ciudad. No entendemos que haya mejor pregón que cuando el azahar nos embriaga, las torrijas nos endulzan la espera y la luz de poniente se alarga cada día más.
El alma de la ciudad se despereza. Las plazas, aunque nunca vacías, al llegar marzo se transfiguran en foro de la ciudad antigua. La ilusión se renueva con la llegada de la primavera. Porque aunque el calendario se obstina en que el año comienza el 1 de enero, en Murcia sabemos que no es así, que hasta que no se produce el traslado de Nuestro Padre Jesús, el reloj no echa a andar.
Las casas se llenan de terciopelos, sargas, puntillas, espartos y damascos, el aire se tiñe con los sonidos de la burla y los viernes amanecen con el caminar lento del Viacrucis.
Es incongruente celebrar la Muerte de Cristo. Porque no nos engañemos, lo que celebramos no es la Resurrección, sino la Pasión y Muerte. Pero en Murcia no somos capaces de entender la Pasión como algo doliente, sino como la irrupción de la primavera mediante el desbordamiento de los sentidos.
Por más que, año tras año, trato de verbalizar cual es la magia de la Semana Santa, no llego más que a merodearla. Es escurridiza, cambiante, frágil y sobre todo contradictoria. Siempre camina en el filo y quizás sea esa indefinición lo que la haga sublime. La dualidad es su razón de ser, y aunque las dualidades tampoco revelan su genuina naturaleza, ahí van algunas de ellas:
La Semana Santa es sagrada y profana / popular y culta / eterna y efímera / inmaterial y palpable / alegre y triste/ lenta y fugaz / luminosa  y sombría / infantil y madura / espiritual y materialista / colorista y oscura /gozosa y doliente / inmutable y cambiante/ dulce y amarga.
La Semana Santa es dolor y consuelo / oro y ceniza / contemplación y omisión / barrio y centro / sufrimiento y hedonismo / soledad y amparo / tradición e innovación / silencio y algarabía / esparto y terciopelo / iglesia y bar / devoción y desafección / flor y espina / pasado y futuro / ciudad y huerta / memoria y presente.

Definir la Semana Santa es una labor ímproba y fallida, una aproximación que irremediablemente desemboca en la frustración; la naturaleza de esta celebración es etérea, inasible y volátil, ya que, en esencia, se genera mediante los sentidos y la memoria, y cristaliza en forma de sentimientos y recuerdos.
¿Cómo racionalizar la emoción y la nostalgia?


Un año más, y sin remisión, la primavera y la Pasión se dan la mano por las esquinas de la ciudad. No entendemos que haya mejor pregón que cuando el azahar nos embriaga, las torrijas nos endulzan la espera y la luz de poniente se alarga cada día más.
El alma de la ciudad se despereza. Las plazas, aunque nunca vacías, al llegar marzo se transfiguran en foro de la ciudad antigua. La ilusión se renueva con la llegada de la primavera. Porque aunque el calendario se obstina en que el año comienza el 1 de enero, en Murcia sabemos que no es así, que hasta que no se produce el traslado de Nuestro Padre Jesús, el reloj no echa a andar.
Las casas se llenan de terciopelos, sargas, puntillas, espartos y damascos, el aire se tiñe con los sonidos de la burla y los viernes amanecen con el caminar lento del Viacrucis.
Es incongruente celebrar la Muerte de Cristo. Porque no nos engañemos, lo que celebramos no es la Resurrección, sino la Pasión y Muerte. Pero en Murcia no somos capaces de entender la Pasión como algo doliente, sino como la irrupción de la primavera mediante el desbordamiento de los sentidos.
Por más que, año tras año, trato de verbalizar cual es la magia de la Semana Santa, no llego más que a merodearla. Es escurridiza, cambiante, frágil y sobre todo contradictoria. Siempre camina en el filo y quizás sea esa indefinición lo que la haga sublime. La dualidad es su razón de ser, y aunque las dualidades tampoco revelan su genuina naturaleza, ahí van algunas de ellas:
La Semana Santa es sagrada y profana / popular y culta / eterna y efímera / inmaterial y palpable / alegre y triste/ lenta y fugaz / luminosa  y sombría / infantil y madura / espiritual y materialista / colorista y oscura /gozosa y doliente / inmutable y cambiante/ dulce y amarga.
La Semana Santa es dolor y consuelo / oro y ceniza / contemplación y omisión / barrio y centro / sufrimiento y hedonismo / soledad y amparo / tradición e innovación / silencio y algarabía / esparto y terciopelo / iglesia y bar / devoción y desafección / flor y espina / pasado y futuro / ciudad y huerta / memoria y presente.

Definir la Semana Santa es una labor ímproba y fallida, una aproximación que irremediablemente desemboca en la frustración; la naturaleza de esta celebración es etérea, inasible y volátil, ya que, en esencia, se genera mediante los sentidos y la memoria, y cristaliza en forma de sentimientos y recuerdos.
¿Cómo racionalizar la emoción y la nostalgia?