Hoy volveremos a vivir la Función Principal en honor a la Virgen del Rosario en la iglesia del convento de Santa Ana. Una celebración de las que le gustaban a mi abuelo (con muchos curas) y de las que me gustan a mi (con mucho incienso y mucho boato). Una ceremonia en la que el templo se queda pequeño, muy pequeño, y el ambiente se queda cargado, muy cargado. Ni abanicos ni ventiladores dan a basto para tanto traje, tanta mantilla y tanta gomina. Órgano, coro, representación del ayuntamiento, y de otras cofradías, hermanas y hermanos de la Archicofradía del Rosario, madres dominicas, etc...
Desde hace unos años se ha recuperado el voto de la ciudad de Murcia a la Virgen del Rosario. Se trata de un acto entrañable que encierra algunas mentirijillas históricas, que por piadosas y por ser a mayor gloria de la Reina y Señora de Santa Ana, bienvenidas sean. En 1677, el concejo de Murcia erigió el voto a perpetuidad a la Virgen del Rosario pues, gracias a su intercesión, desapareció una terrible epidemia en la ciudad. Hasta aquí todo normal. Pero el voto, por el paso del tiempo, por los cambios sociales, por los vaivenes políticos, por dejadez, por hastío o por vete tu a saber, pasó a mejor vida. Así que aquí tenemos la primera incoherencia. Vamos, que fue perpetuo hasta que dejó de serlo, y que será perpetuo hasta que le interese al partido de turno que mande en La Glorieta. De momento, al menos este año y como el nuevo alcalde es del mismo palo que el anterior, contaremos con su presencia para que renueve el voto ante la Virgen del Rosario de las Anas. Y aquí es donde llega la segunda y más importante de las incoherencias-mentirijillas piadosas. El concejo de la ciudad erigió el voto ante la Virgen del Rosario de Santo Domingo, esa misma que aun preside su capilla anexa a la iglesia conventual de Santo Domingo. Esa misma que era titular de la que por los siglos XVI, XVII y XVIII era poderosísima Cofradía del Rosario. Pero, por arte de biribirloque, la Archicofradía del Rosario de las Anas se instituyó como heredera directa, hasta el punto de conseguir suplantar la identidad de la histórica Cofradía del Rosario. Así que, resumiendo, el señor alcalde tendría que ir a Santo Domingo a postrarse ante la Virgen del Rosario para renovar el voto, pero ahora no nos vamos a poner puntillosos, y más con el realce que tiene el acto bajo las naves del templo de las madres dominicas.
La celebración comienza con la entrada en la iglesia de la comitiva municipal, acompañada por la junta directiva de la Archicofradía del Rosario y a los sones del Himno de Murcia (no confundid con el canto a Murcia de La Parranda). Abro un inciso -Es raro que al cabo del año vuelva a escucharlo en cualquier otro sitio, y sinceramente es una pena que la mayoría de los murcianos ni siquiera sepan que existe dicho himno-.
Cuando la comitiva toma asiento en los primeros bancos de la iglesia, la nube de incienso ya lo cubre todo, y esto sólo acaba de empezar. Los estantes, que no ocupamos lugar de privilegio, ni falta que nos hace, nos sentamos en un lugar especial, cerca del trono, desde donde podemos contemplar el bello perfil de Nuestra Madre, pero donde resulta casi imposible ver al padre Antonio mientras celebra la misa. Eso si, es un lugar privilegiado para tener controlada a la corporación municipal. La pena que debido a que ya no está Cosme Ruiz entre los concejales murcianos, no podremos disfrutar de sus cabezadas cuasi narcolépsicas durante la eucaristía.
Dejando de un lado las anécdotas, la celebración sigue su curso entre latinajos, bocanadas de incienso, terciopelos, uniformes de gala, flores, dorados, destellos de plata y chisporroteos de cera. Estamos al final de la misa, pero aun nos queda la dicha de convertirnos en los pies de la Virgen.
Bajo su manto comienza el caminar lento,
susurro sobre el encerado suelo.
Caminar amoroso que recorre las naves
como un soplo,
como un glorioso misterio
como un rezo en silencio.
Al llegar a la puerta del tránsito,
las dominicas miran a su Madre con ojos nuevos.
Pese a que Ella siempre está,
vuelven a ilusionarse con la cercanía.
Nunca conseguiré mirar como ellas,
me siento pagado.