Calle Jabonerías
Cuando salió la procesión del
Yacente por primera vez, yo tan solo contaba con 10 años, y recuerdo que
arrastré a mi padre y a mi tío Antonio hasta la Plaza de Santo Domingo para ver
salir a esta nueva cofradía. Sé que nos situamos frente al Burguer King de
Trapería y, aunque no me acuerdo del cortejo en sí, tengo en mi mente grabado
el trascurrir del Yacente ante mí. Un trono en el que apenas era visible la
figura de Cristo muerto, pero donde el silencio y el respecto sobrecogían.
Después, la historia de la
Cofradía ha ido evolucionando hasta el punto que cambió su sede canónica,
pasando a San Juan de Dios al menos hace 20 años. El caso es que el rincón de
mi memoria que he escogido es la calle Jabonerías, única procesión de pasión
que discurre por esta vía. Es un lugar que me encanta, más si cabe porque
también pasamos por este lugar con la procesión de la Virgen del Rosario. Pero
lo cierto es que se trata de una experiencia bien diferente a la vivida en
otros días de la semana. Para empezar porque suele ser una procesión que voy
solo a verla, ya que a estas alturas no me aguanta nadie. Verla en la calle Jabonerías
es una experiencia singular, empezando porque apenas una decena de personas
contemplan la procesión en este lugar. Así que es un momento íntimo, de
recogimiento y cercanía difícilmente alcanzable en otras jornadas.
La campana del muñidor anuncia muerte en la plaza de San
Bartolomé.
Lento pero continuo se acerca el blanco luto.
Cirios de tinieblas se encajan en la estrechez de Jabonerías.
En el pecho metálico escapulario que susurra
Cristus vicit mortem
Me aprieto en un portal en un silencio de siglos,
in ictu oculi llega
en dorado lecho la certeza del final.
Y aunque una Luz resplandezca en las postrimerías,
el cortejo fúnebre de la Semana Santa avanza implacable.
El Arco de Santo Domingo es el gozne entre la luz y la oscuridad.
Bajo su curva comienza a apagarse el sueño de 9 días.
La noche sigilosa va penetrando en el rumor de Trapería.
Me alejo entumecido
aún con el tintineo caramelo de las velas en mi retina.
Me embarga una melancolía
que a momentos se muda en desaliento.
Sé que en tan solo unas horas
las campanas voltearán en una algarabía de resurrección y
gloria,
Pero para mí todo se ha consumado,
con la desesperanza de habérseme escurrido entre los dedos
una Semana Santa más.